Varios. Creo que los olores son una de las formas más fuerte de asociación con un hecho pasado.
Un olor que me lleva a mi niñez es el de los mercados muy temprano en la mañana, cuando recién están desembarcando las frutas y verduras. Me transporta automáticamente a la época en que era niña y me quedaba a dormir en casa de una tía abuela que me cuidaba cuando mis papás tenían que viajar. Cuando empezaba a amanecer se oían los ruidos del desembarco de los productos del mercado que quedaba en frente de la casa de mi tía, y al salir de la casa con ella rumbo a su negocio, poco después del amanecer, llegaban a mí esos olores a campo, frutas y verduras frescas, que me encantaban. Ahora es inevitable que piense en ella y en aquellos días cuando percibo un olor así.
Otro olor que me trae recuerdos es de los bebés lactantes. Ese olor tan delicioso a leche y bebé me recuerda muchísimo a mis hijas cuando eran pequeñas. Qué nostalgia. :)
Los olores no son mi fuerte. Cuando era niña mi madre me ponía gotas de efedrina para descongestionarme la nariz (en esa época no se conocían las contraindicaciones), y eso acabó con la mayoría de mis células olfativas. Con el tiempo y el yoga he ido recuperando un poco el olfato y los recuerdos :)
El olor del tabaco (el puro habano), por ejemplo, es el olor de mi padre. Fue tabaquero toda su vida y toda su ropa, sus instrumentos, sus zapatos… todo él olía a tabaco. Aún hoy abro una caja de puros y no puedo evitar echarme a llorar. El olor del plomo derretido también me recuerda a mi padre, a su parte más creativa, específicamente un domingo en el que, después de haber conseguido todo lo necesario, fundimos plomo en casa para hacer unas figurillas en un molde.
El olor del café, es el olor de mi madre. No recuerdo una mañana de mi infancia sin que la casa oliera a café desde primera hora. “Si no me tomo una tacita en cuanto me levanto, luego me está doliendo la cabeza todo el día” –era y sigue siendo su justificación. Bueno, y el olor de un buen potaje de frijoles negros también me lleva de regreso a la cocina de mi madre, cómo no.
Y había unas flores silvestres, a veces blancas, a veces rosas, pequeñitas, con las que hacíamos coronas y collares introduciendo el pedúnculo de una en la corola de la otra. Esas flores tenían un aroma suave y dulce, muy parecido al de las galletitas María. Así que hoy, cuando como una galletita María, por asociación, viajo hasta esos días de la infancia en los que hacía guirnaldas de flores con mis amigas.
Luego viene un lapso enorme de ausencia de olores en mis recuerdos hasta el fuerte olor de los aceites esenciales que conocí en México, cuando ya empezaba a recuperar mi olfato.
Como curiosidad muy curiosa, me doy cuenta de que un olor que no dejé de captar en todas mis edades a pesar de mi débil sentido es el olor de los libros nuevos; esa fuerte mezcla de papel, tinta y pegamento me ha acompañado siempre.