Hay uná anécdota de cuando era pequeña que siempre sale a colación:
Yo tenía unos 8 años y todas las mañanas esperaba el expreso que me llevaba a la escuela. Un día al salir de casa me doy cuenta que el autobús acababa de pasar y estaba ya a media cuadra de mi casa, sin pensarlo dos veces emprendí la carrera detrás del expreso, mientras mi mamá desde la casa me llamaba y me pedía que me detenga, sin embargo yo no la escuchaba y seguía detrás del bus. Por suerte, unas niñas que iban en la parte de atrás me vieron y le pidieron al chofer que se detenga, lo alcancé al cabo de 2 cuadras.
Cuando regresé a casa mi mamá se moría de la risa, y cada vez que nos reunimos en familia y empezamos con los recuerdos, invariablemente sale a la luz esta anécdota. Lo más chistoso es que mi mamá dice que si hubiera corrido en sentido contrario habría llegado a la escuela jajajaja
Últimamente, la anécdota mía que más se ha contado, por los problemas que ocasionó y las risas que siguieron, ocurrió en Japón. Debía llamar a un consulado y pedir hablar con el cónsul. La secretaria japonesa, en su español impecable, me decía que la cónsul estaba ocupada; yo le corregía diciéndole que el cónsul y ella insistía en que la cónsul para mi completa irritación... Sintiéndome impotente le pasé el teléfono a mi esposo y él tuvo los mismo problemas con la secretaria. Varios minutos después, cuando finalmente cortamos la llamada dejando a la pobre japonesita muy nerviosa del otro lado del teléfono y quedándonos nosotros muy molestos, fue que me di cuenta de que había confundido el número y había llamado al consulado de un país muy diferente. Ahí fue donde nos dio el ataque de risa.